domingo, 12 de julio de 2015

Y todo es vanidad




Gracias a mi conducta vagamente antisocial
temo no verme nunca encaramado a un pedestal:
no alegrará mi efigie el censo de monumentos,
no vendrán las palomas a rociarme de excrementos...
 
En el instituto llegamos a adorar a Marieta. Oímos miles de veces ese disco mítico, "La Mandrágora". Confieso que nunca conecté del todo con Alberto Pérez. Y que, con el tiempo, cada vez me fue gustando menos Sabina. Pero siempre quedaría Marieta. Siempre nos queda Javier Krahe.

Aunque no es mi canción favorita de Krahe, creo que "Cuervo ingenuo" quizá sea la más significativa. Manías de historiadores, sin duda, siempre empeñados en despedazar la historia y clasificarla en etapas... La victoria del PSOE de Felipe González en las elecciones generales de 1982 supuso un hito fundamental en esa etapa de optimismo político iniciado con la Transición. España cambiaba, era el progreso. Pero este optimismo se rompería en 1986, sobre todo tras el referendum sobre la permanencia de España en la OTAN. Es en ese momento cuando la visión política empieza a transformarse, cuando aparece el desencanto. Y "Cuervo ingenuo" representa tan bien esta nueva etapa como la "Libertad sin ira" de Jarcha representó los inicios de la transición.

¿Fue excesivamente duro Krahe en su mordaz crítica a Felipe González? Posiblemente. ¿Se equivocaron políticos y directivos de RTVE censurando su emisión? Sin duda alguna. ¿Perdieron su credibilidad quienes se la habían ganado merecidamente haciendo posible la realización de programas como "La Edad de Oro" o "La bola de cristal"? Pues la verdad es que sí. Pero lo que hoy realmente importa es que Javier Krahe nos ha dejado un buen puñado de canciones, entre las que se encuentra una que nos sirve para explicarnos qué cambió en la visión política de la izquierda española a partir de 1986. Una canción que explica una época.

Por eso no sé si llegará el día en que Javier Krahe tenga su estatua, aunque me extrañaría tanto como a él que alguien se decidiera a dorarle la peana. No tendrá el Nobel, no señor. Pero, tristemente, al encontrarnos con su esquela hoy hemos descubierto que se equivocó en su última estrofa.


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