miércoles, 8 de junio de 2011

Diccionario RAH (1): historia y polémica

Foto: diario Público


Durante los últimos días, todos los medios de comunicación han recogido ampliamente la polémica surgida en torno al contenido de algunas de las entradas del Diccionario Biográfico editado por la Real Academia de la Historia. La historia, o más concretamente los historiadores y su trabajo, han ocupado primeras páginas y editoriales, destacados espacios tanto en las secciones de información como en las de opinión de todos los medios de comunicación españoles. ¿Dónde acaba la historia y comienza la simple propaganda política? 

La Real Academia de la Historia (en adelante, RAH), ha quedado seriamente tocada. Pero no es eso lo que me preocupa (que cada palo aguante su vela). Lo que me parece realmente grave es que la conclusión de todo este asunto va a suponer un duro golpe para la credibilidad de quienes nos dedicamos de una u otra forma al estudio de la Historia, como han puesto de manifiesto diferentes historiadores. La polémica mina la credibilidad de los historiadores, al poner en tela de juicio el rigor metodológico de nuestras investigaciones y, por lo tanto, el carácter científico de nuestra disciplina. La publicación del Diccionario Biográfico, anunciada a bombo y platillo, y los graves errores que contiene ha hecho un flaco favor a una profesión que no suele ser bien comprendida por la sociedad. Y creo que no nos merecemos la que nos está cayendo encima.

No estoy defendiendo que los resultados de nuestros trabajos de investigación no puedan someterse al debate público. Los historiadores trabajamos habitualmente con un método científico que no es infalible, y los resultados de nuestras investigaciones están sujetos a una constante revisión. Como, por otra parte, creo que sucede en la mayoría de las investigaciones científicas. Pero lo que ha generado la falta de rigor de la RAH no ha sido un debate, sino una gran polémica. Y la diferencia entre estos dos conceptos es muy grande.

Cualquier debate consiste en la confrontación de ideas en el seno de un grupo más o menos amplio de personas. En él se aportan datos objetivos y opiniones que, debidamente sustentadas, aportarán nuevos conocimientos, nuevas perspectivas y nuevas ideas tanto a los protagonistas como a los simples espectadores. Un debate historiográfico sobre la catalogación del franquismo como un sistema “autoritario” o “totalitario” partiría de un análisis radical, es decir, de la raíz del asunto, que no es otra que la propia delimitación de las diferencias existentes entre estos dos adjetivos. Posiblemente, como de hecho sucede, los defensores de cada una de estas posturas no llegarán a ponerse de acuerdo. Pero el propio debate servirá, a través de los datos aportados en defensa de cada una de las opciones y de los matices en el análisis de la realidad histórica introducidos por unos y otros, para que todos consigan un mayor conocimiento sobre el sistema político de la dictadura.

La polémica, en cambio, es todo lo contrario. Consiste en la contraposición de posturas predefinidas en la que no sólo no se busca ningún punto de acuerdo, sino que quienes intervienen rara vez aportan datos fiables ni análisis dotados del más mínimo rigor. No hace falta poner ejemplos, pues la polémica está muy presente en nuestros medios de comunicación a diario. Y no sólo en la prensa rosa, sino también en los más habituales análisis políticos. Mientras el debate es constructivo, la polémica es en esencia destructiva. Mientras en un debate serio todos ganamos en conocimiento, con la polémica sólo perdemos credibilidad.

Lo que ha provocado la RAH no ha sido debate, sino polémica. Y con ella perdemos todos, especialmente los historiadores.

1 comentario:

MJ dijo...

Gran verdad :(